En la Ruta Leyenda El Dorado el primer contacto con el universo muisca lo brindan sus protagonistas: las comunidades indígenas. Los muiscas forjaron una relación única, llena de sensibilidad hacia la naturaleza:

“Ellos veneraron y respetaron la naturaleza: las fuentes de agua, las piedras, las montañas, los árboles, las lagunas (considerados lugares de purificación, de reflexión, de plegaria y altares de ofrenda); en el orden cósmico honraron al sol y la luna, el arco iris y el relámpago; y en el orden terrestre los elementos y la Gaia con sus cuatro códigos (animal, vegetal, mineral y humano)”
Mariana Escribano (Investigadora y doctora en literatura, historia y semiología).

La vida de los muiscas giraba en torno a los dioses, a los ancestros y, por supuesto, a la tierra. Las ofrendas y pagamentos eran parte esencial de ceremonias que buscaban mantener el equilibrio universal. Es posible que los muiscas otorgaran un especial sentido al caminar, al andar paso a paso y abrirse camino (como una semblanza de la vida). Por lo tanto, una forma de encontrarse, agradecer a los dioses y ofrecer triunfos terrenales eran ritos o ceremonias como “el correr la tierra”.

Este era un recorrido indígena alrededor de cinco puestos de devoción muy apartados uno del otro. El primer lugar era la laguna de Guatavita en donde se coronaban a los caciques de antaño; el segundo era la laguna de Guasca o Martos que fue saqueada hasta desaparecer; el tercero la laguna de Siecha, cerca de Bogotá y cuyo recorrido lo hacía el cacique de Bacatá con su guardia personal; el cuarto era la laguna de Teusacá, que tenía tesoros (caimanes, santillos y joyas de oro); el quinto lugar de devoción era la laguna de Ubaque o Carriega que cobró la vida de muchos codiciosos.
La noche previa a “el correr la tierra” se bebía chicha o facua (bebida sagrada a base de maíz). Durante el recorrido, que podía durar hasta 20 días, se hacían entierros y se competía por llegar en primer lugar a las cumbres sagradas más altas; el esfuerzo y la dificultad era tal, que muchos indígenas morían en el camino, ahogados, víctimas del cansancio o en los precipicios.

Luego de la competencia los difuntos eran honrados como héroes, y los días finales de la ceremonia los caciques se reunían para hacer quema de trementina de día y de noche. La práctica finalizaba con un ofrecimiento: balsas decoradas se llenaban de oro y, en medio de música y fuego, se dirigían al centro de la laguna de Guatavita donde eran sumergidas en su totalidad.

Otro aspecto que sobresale en el pueblo muisca es la gran destreza como artesanos de metales preciosos y cerámicas, sabedores de medicina ancestral y grandes tejedores de mantas en algodón con estampados singulares. Los antiguos pobladores fueron comerciantes expertos y explotaron la sal (elemento sagrado y económico) que servía para intercambiar bienes y servicios.

Varias prácticas, costumbres, ceremonias y sensaciones toman forma hoy en el territorio que habitaron hace siglos los indígenas ancestrales. El legado muisca como pueblo cálido, pacífico, que cultivó la mente y el espíritu perdura y se mantiene vivo entre lugares sagrados como Guatavita, Iguaque, Fúquene, Tota y Sogamoso. La Ruta Leyenda El Dorado es tu oportunidad para conectarte con el corazón de Colombia, con el principio de lo que somos. ¡Imperdible!

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