Ubicada a 2.600 metros de altura sobre el nivel del mar, parece escurrirse entre los cerros que la rodean. Su cielo es cambiante y dinámico, nunca el mismo, como un carrusel infinito de escenarios que parecen obra de un diseño universal.
En Bogotá siempre hay una montaña a la vista: montañas de formas oscilantes que alteran el paisaje como olas verdes que se estrellan contra la planicie; montañas que encierran la majestuosidad de una ciudad que flota entre lagunas antiguas y humedales que aún sobreviven.
Sol y lluvia
La bipolaridad climática de Bogotá es innegable. En condiciones térmicas normales, sol y lluvia se entrelazan casi de manera simultánea. A un aguacero torrencial lo puede reemplazar con facilidad un sol picante y mezquino en cuestión de minutos y como por arte de magia.
Por eso, un elemento esencial para transitar en Bogotá es la sombrilla. Salir sin sombrilla es aceptar los designios de un destino irreparable o una broma universal. No hay que confiarse del cielo azul y despejado. Bogotá siempre tiene un aguacero al acecho, esperando agazapado entre las montañas: listo para sorprender a algún desprevenido.
Pero la lluvia hace parte de la magia de esta urbe. Bogotá se transforma cuando el aguacero arrecia: su asfalto se vuelve brillante, la tierra desprende un olor dulzón y húmedo, las calles se desnudan mientras la gente corre a buscar refugio… El mejor momento para caminar la ciudad es cuando llueve.
Para conocer a Bogotá hay que caminarla, así sea un poquito. Hay que permitirle a la suela de los zapatos tener contacto permanente con la tierra que están tocando.
Se hace camino al andar
Un buen plan en Bogotá es caminar sobre la carrera Séptima, desde el parque de los Hippies hasta el centro de Bogotá, bajo el manto de los edificios y el ruido de los vehículos. Ese recorrido tiene muchos atractivos porque ofrece una escenografía cambiante y entretenida debido a la cantidad de negocios que se encuentran en el camino: desde almacenes de música hasta tiendas para echarse una pola al compás de unas bellas tonadas de rocola.
Después de la cerveza, se puede dar una vuelta por el Parque Nacional. Ese tapete verde que conecta con los Cerros Orientales y que parece perdido entre la multitud de edificaciones que lo anteceden. Es el segundo parque más antiguo de Bogotá y lleva el nombre del presidente que lo fundó, Enrique Olaya Herrera.
Además del Parque Nacional, se puede encontrar con el Museo Nacional unas cuadras más adelante. Con sus 195 años de historia, es el museo más antiguo de Colombia. Vale la pena aclarar, que ha cambiado varias veces de ubicación. La sede actual, la que se encuentra sobre la séptima, antiguamente era una penitenciaría y fue diseñada por el arquitecto danés, Thomas Reed.
Pegado al Museo Nacional, unas cuadras más arriba, está el Planetario De Bogotá. Su programación culturar es muy interesante, sobre todo cuando se trata de la temporada de shows láser con música de Queen, Metallica, Pink Floyd o Gustavo Cerati.
Después del Planetario, desembocamos en la Séptima Peatonal. Allí la oferta de artistas callejeros es infinita: músicos de jazz, cantantes, bailarines, artesanos, pintores, escritores, comediantes, profetas, detentores de la moral, actores, malabaristas, expertos en juegos de azar, etc.
En el cruce de la Séptima con Avenida Jiménez está la iglesia de San Francisco, la más antigua de Bogotá. Es una construcción histórica que ha sobrevivido con estoicismo los embates implacables del tiempo y la decidía. Además de ser un templo de fe, es un monumento que atesora en su interior la inquebrantable voluntad de la ciudad que representa.
A pocos pasos de la iglesia y a un costado del parque Santander, el Museo del Oro yace como un búnker que custodia la colección de orfebrería prehispánica más grande del mundo. Es un lugar inspirador que vale la pena visitar. Sus guías son excelentes y es una parada obligatoria para las mentes curiosas.
El Fin
Aún queda mucho camino por andar, muchas calles por atravesar, muchas historias por conocer. La leyenda de Bogotá se sigue escribiendo gracias a sus habitantes. Millones de personas con sueños y esperanzas, alimentando el desarrollo de la ciudad, afrontando con berraquera los miles de problemas de vivir en una ciudad que parece construida sobre una superficie frágil y de mucho cuidado.
Bogotá ha sabido transformarse en un símbolo que nos representa como ciudadanos, que nos conecta con su historia y que nos transforma en arquitectos de su futuro. Es ese hilo conductor que va tejiendo la historia de nuestras vidas
Más de 8 millones de personas conviven en una ciudad que nunca deja de sorprender porque en ella convergen representantes de diversas culturas: regiones que nutren la amalgama cultural de esta imponente Bacatá.